domingo, 5 de febrero de 2017

Tras las huellas de Bécquer

Saeta que voladora
cruza arrojada al azar,
y que no se sabe donde
temblando se clavará;

Hoja que del árbol seca
arrebata el vendaval,
sin que nadie acierte el surco
donde al polvo volverá;

Gigante ola que el viento
riza y empuja en el mar,
y rueda y pasa, y se ignora
qué playa buscando va.

Luz que en cercos temblorosos
brilla próxima a expirar,
y que no se sabe de ellos
cuál el último será.

Eso soy yo que al acaso
cruzo el mundo sin pensar
de donde vengo ni a donde
mis pasos me llevarán.

Entre gotas de sol y de agua… llegó febrero… el mes en el que nació mi querido poeta Bécquer… el mes de la poesía, de la sensibilidad, de la filosofía... el mes de los románticos.


Por ello, un año más, nuestros corazones nos guían tras las huellas de Gustavo… y siguiendo sus pasos hemos vuelto a contemplar la cruz negra… y saboreando sus palabras escritas en su Novena Carta Desde mi Celda, hemos llegado a ese entrañable lugar que llaman La Aparecida, “porque en él tuvo lugar, hará próximamente unos siete siglos, el suceso que dio origen a la fundación del célebre monasterio de la Orden del Císter, conocido con el nombre de Santa María de Veruela.”


Allí, nuestra mirada se encuentra con un paisaje cambiado y diferente… pero las palabras de Bécquer, consiguen trasmitir la esencia del lugar… nuestra mente se llena de sus pensamientos reviviéndolos con más fuerza al estar precisamente en ese sitio que los inspiro años atrás... al llegar al fragmento de la terrible tormenta el viento se enfurece a nuestro alrededor… tanto que ahogaba nuestras voces… os dejo ese fragmento en el que el poeta se vuelve pintor, y con la magia de las palabras crea pinceladas, dónde las ideas se transforman en imágenes…

Yo me figuro algo más, algo que no se puede decir con palabras ni traducir con sonidos o con colores. Me figuro un esplendor vivísimo que todo lo rodea, todo lo abrillanta; que, por decirlo así, se compenetra en todos los objetos y los hace aparecer como de cristal, y en su foco ardiente, lo que pudiéramos llamar la luz dentro de la luz. Me figuro cómo se iría descomponiendo el temeroso fragor de la tormenta en notas largas y suavísimas, en acordes distantes, en rumor de alas, en armonías extrañas de cítaras y salterios; me figuro ramas inmóviles, el viento suspendido, y la tierra, estremecida de gozo, con un temblor ligerísimo, al sentirse hollada otra vez por la divina planta de la Madre de su Hacedor, absorta, atónita y muda, sostenerla por un instante sobre sus hombros. Me figuro, en fin, todos los esplendores del cielo y de la tierra reunidos en un solo esplendor, todas las armonías en una sola armonía, y en mitad de aquel foco de luz y de sonidos, la celestial Señora, resplandeciendo como una llama más viva que las otras resplandece entre las llamas de una hoguera, como dentro de nuestro sol brillaría otro sol más brillante.”

Seguimos siguiendo a Bécquer, que nos guía hasta Alcala de Moncayo, desde un rinconcito, nos regala esta magnífica postal del pico, nevado, nublado e imponente…


Y continuamos tras sus huellas, que marcan el dictado de nuestro corazón… así llegamos al pueblecito bien defendido de Añón… lo recorremos… y visitamos el parquecito en el que descansa su estatua… su recuerdo nos acompaña… va cayendo la tarde, el Sol se esconde tras el Moncayo… y el frío va ganando terreno… un año más hemos caminado juntos a través de sus palabras… nuestros pensamientos se han vuelto a encontrar… como se encuentran esas dos gotas que van a parar al mismo pozo… como dos sueños de dos almas enamoradas… mis pasos siempre me llevan a Bécquer.

Allí, en esa estatua me ha parecido notar un suspiro, lejano, casi inaudible… ¿habrá sido una hoja al caer… o un gato que pasó a mi lado?... ¿Habrá sido una poesía?... ¿Bécquer?



Hasta prontito!!

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