sábado, 2 de febrero de 2008

Entre el Castellar y el Ebro...

Entre el Castellar y el Ebro...

El domingo 27 de Enero de 2008, solo tenemos un rato para dar un paseo corto… Dejamos el coche en la valla que corta el acceso a los vehículos y nos ponemos a caminar bien abrigados hacia el galacho de Juslibol, La mañana es fría y blanca de niebla. Hemos visto los termómetros a 1º y la humedad escurre por hierbas y arbustos pelados por el invierno.Como el ambiente es muy propicio, Eloy, mi hermano nos cuenta detalladamente y con suspense el resumen del libro: “Los Devoradores de Cadáveres”, de Michael Crichton, que ha leído recientemente… Vikingos, espadas y monstruos de la niebla… La verdad es que da un poco de miedo…




Dejamos el galacho abajo y nos subimos por las escaleras hasta lo alto del escarpe; el sol comienza a adivinarse como un círculo luminoso entre el blanco denso del cielo; desde el farallón no se ve el galacho, solo abismos grises y muchos ruidos de la naturaleza que el manto de niebla nos transmite.
Mas adelante, en el barranco que nos separa del Castillo de Miranda, plantamos las bellotas con tierra que tenemos desde la excursión de “La Palomera”… algunas ya se han abierto… esperamos que aquí puedan vivir y formar una colonia en este cauce húmedo del barranco.


La silueta del castillo de Miranda, desde el barranco, desdibujado entre la niebla y roto por mil años de abandono, es soberbia y algo tenebrosa, como si despechado, olvidado y mal herido, nos acechara con rencores y venganzas… Solo son piedras y niebla, somos nosotros los que imaginamos animismos en sus ruinosas paredes…






Desde la base de este antiguo castillo de guerra, casi oculto entre malezas y piedras, un túnel oscuro y estrecho se interna y asciende entre los yesos y margas… ¿Salida del castillo?... ¿Entrada a otra dimensión de la Historia y la vida de las gentes que aquí sobrevivieron hace mil años?...
Seguimos caminando hacia el oeste, internándonos por el cauce del canal de desagüe que corre paralelo al pie de muralla del escarpe. El lecho esta húmedo y salpicado de hierba naciente. Los taludes de los extremos se proyectan en el enramado de tamarites y chopos viejos; a la derecha, la pared de yesos y salitre que nos separa del páramo, del desierto del Castellar, a la izquierda, los fértiles campos de aluvión que han dado a esta ribera alimentos y vida durante tantas generaciones…




Un trozo de la pared se ha derrumbado sobre el canal. Es reciente, ha sido este invierno, miles de toneladas de rocas y tierra se han desplomado sobre este cauce, han roto árboles y tamarices, han cegado el canal. Las paredes desprendidas y las rocas caídas son blancas, grises y amarillas, anaranjadas, verdosas… están vírgenes, sin erosionar, sin vegetales, llevan miles de años en las entrañas de estas montañas y ahora se abren a la luz y a la vida.



En una rama de tamarite, me sorprende la filigrana de una tela de araña que esta cuajada de gotitas de agua. Parece imposible que algo tan fino pueda soportar ese peso de niebla liquida… preciosa… Es curioso que aquí el hilo sujete el agua y allí la montaña se haya precipitado en un caos megalítico… Equilibrios de la naturaleza.
Por fin llegamos a la Alfocea, ahora barrio rural de Zaragoza, que fue asentamiento romano, luego árabe, de donde le quedo el nombre… “Al Haud” que podría entenderse como casas entre campos para el descanso… También fue castillo cristiano para la Reconquista y lugar templario… Y siempre pueblo agarrado al escarpe para defenderse de esas crecidas del Ebro que lo aíslan entre lodos y corrientes…


La Alfocea se ancla en uno de los márgenes del cono de deyección del barranco “Los Lecheros” que trae las aguas de las tormentas de una inmensa cuenca adentrada en los montes del Castellar. Esta ceñida por las alambradas que limitan el campo de maniobras de San Gregorio, el más grande de Europa.
Subimos hasta el morro que sobre el pueblo nos permite divisar todo el paisaje. La estepa a un lado, campos y ribera al otro. El pueblo y el farallón como frontera entre ambos. ¿O son la mano entre el desierto y el oasis?...
Mientras ha avanzado el día, ya tenemos sol, las plantas se ríen con lágrimas de agua sonriendo a los brillantes rayos de Enero, todo parece chispeante y de fiesta, los ojos se arrugan por la luminosidad que no esperaban… Pero hay que volver a casa. Desandamos por el cauce que hemos venido… trepamos por el caos del derrumbe...







Atravesamos la traviesa senda colgada sobre el galacho conocida como “La Sunsida”, siempre con el respeto de sus pícaro riesgo de vértigo, de caída…



Al fin, terminando la narración de mi hermano, llegamos al coche. Otro trozo de Aragón, de experiencia, de vida que hemos compartido y recorrido.






Hasta pronto amigos!! :)