miércoles, 1 de abril de 2015

En silencio te recordamos

En este post quiero recordar a mi tío abuelo, Luis, que falleció el pasado Noviembre… le dejo la palabra a mi padre, sobrino y admirador de este gran hombre:


Estamos en Semana Santa. Unos creemos más y otros menos, pero todos conocíamos, queríamos y creíamos en Don Luis Betés.
Esta es la primera Semana Santa que vivimos sin él, sin su plática humana, cristiana, inteligente y entrañable…
El próximo día 4 de abril se cumplirán los 59 años de que este familiar y amigo de todos se consagró sacerdote.
En el Jueves Santo de 1969, Luis fue Hermano Mayor de la Cofradía del Silencio en Alcañiz, para esa ocasión hizo una poesía que yo he encontrado entre sus papeles, entre sus muchas lecciones y homilías…. En estas cuartillas mecanografiadas nos ha dejado su verbo mas humano ante el misterio difícil del sacrificio de Jesús. Yo la he trascrito y os la pongo para recordarlo y para tenerlo en espíritu entre nosotros como si nos acompañara.”

Javier Morera Betés




LA PROCESIÓN DEL SILENCIO (Luis Betés Palomo)

Silencio!
Y del silencio de la noche emerge, entre el acompasado fondo de tambores oscuros, el luminoso festón de un hábil repique.

Silencio!
Y en el silencio los juramentados hermanos, blanco y negro, se abren en dos filas de luces al aparecer en la plaza, después de rodear el ángulo derecho de la magnifica ex-colegiata.

Silencio!
Solo hablan admirados, agrandados de sorpresa, los ojos de los circunstantes. Balcones, ventanas, patios, aceras… carecen de sonidos, de palabras, de ruidos. Son solo ojos en expectación.

Silencio!
Y en lo alto de la plaza, sobre los hombros apretados, aparece rozando la torre de la Iglesia el Cristo del Silencio. A la luz de los hachones la esbelta talla de madera se irisa en destellos de carne recién muerta y aun es posible sorprender las últimas gotas de sangre coaguladas a flor de herida o entre los rígidos dedos. Avanza Cristo pendiente de la cruz, muerto, en profundo silencio… y a sus pies, en completa alfombra de claveles rojos, todos los dolores, todas las penas, amores y deseos de la ciudad.

Silencio!
Muda, llorosa, con los ojos absortos en su divino hijo crucificado, aparece la Virgen de las Lágrimas. Toda de rico terciopelo negro hasta los pies vestida. Un rico dosel, generoso en arte y en oros parece tenerla ausente de todo lo demás. El dolor contrae sus facciones y pone un tono malva a sus mejillas, mientras de sus siempre hermosos ojos brotan deslumbrantes lágrimas. A sus pies el llanto se ha trocado en cientos de llamas entre cientos de flores.

Silencio!
Y, a través del silencio, perforándolo, la procesión discurre por las calles y plazas. Un repique de tambores va entretejiendo el silencio de cada calle, de cada rincón. La asombrada pupila de los espectadores hace de brillante puntilla. Diríase que todo Alcañiz lleva a cuestas sus cruz con los nazarenos que avanzan por el centro entre las dos filas. Y atrás todo vuelve a quedar en silencio, entre olores de incienso, de cera quemada…

Silencio!
Silencio en las calles que se pierden, en las plazas que se cruzan, en los rincones que se olvidan… Cristo pasa en silencio. Pasa silenciosa María. Los Hermanos caminan mudos. Y Alcañiz respeta y comparte el silencio.

Silencio!
¡Quien pudiera arrancar de ese silencio los amores de Cristo que ha muerto, de su Madre dolorida, de Alcañiz que va con ellos…!